lunes, 13 de junio de 2011

¿Que reposa dentro de la mente del Doctor Cubos?


Curiosamente, he visto desfilar a gran parte de mis entrañables amigos hacia aquella senda oscura, desconocida e inevitable que prosigue a la vida. Uno a uno, partieron sin pompa alguna hacia aquel viaje del que es imposible regresar. Sin embargo, por cada uno de ellos persiste una estela áspera y blanquecina que recuerda su periodo de permanencia en el mundo de los vivos. Sus restos mortales descansan bajo la solemnidad y rigidez de pequeños palacetes elaborados en mármol pulido en el Cementerio San Isidro, ubicado a unas 10 cuadras de mi residencia.  
La cultura popular, sugiere visitar la última morada en tierra de los difuntos con regularidad. Sin embargo, resulta agotador acudir en su búsqueda e intentar establecer diálogos con sepulcros, mausoleos marmóreos y otros objetos inanimados.
Debo confesar que una soledad abismal y algunas conversaciones infructuosas con  las criptas de alabastro, me forzaron a tomar un camino que hubiera preferido no transitar, recorrer los intrincados misterios de la tecnología.
Para un individuo como yo,  que lleva sobre sus espaldas la pesada carga de la vejez, es una acción recurrente rechazar los cambios centelleantes que trae consigo el mundo contemporáneo y aferrarme a los recuerdos placenteros del pasado.           
En mi memoria aún habitan recuerdos muy gratos de mi infancia. Tuve la fortuna de crecer en un pequeño pueblo cerca de las montañas. Allí, recreaba mi mente escuchando travesías ajenas bajo la luz de la luna, danzaba con las escurridizas gotas de lluvia y coleccionaba alas de mariposas.
Recurrí a la tecnología, creyendo que en aquel universo virtual reencontraría una minúscula fracción de aquella magia que diluyó el paso de los años, desafortunadamente me halle ante una barrera difícil de eludir. Aquella era una situación similar a la que experimente mientras conversaba con  aquellos fríos sepulcros en el cementerio, el deseo vehemente de ser escuchado y el recibir como respuesta el eco desgarrador del silencio.
Como una ruta de evacuación a mi creciente desasosiego y el abismal silencio que invadía mi aposento, decidí invitar a Hernando, el jardinero, a beber un poco de buen vino francés en el salón de lectura. Aquel sujeto de aspecto rustico y de reducida capacidad intelectual, fue mi interlocutor esa fría noche de noviembre. Los diálogos nocturnos con aquel humilde sujeto, me recordaron que aquellas distinciones sociales no eran trascendentales; a  pesar de nuestras notables disimilitudes, hay asuntos elementales que todo buen ser humano puede comprender, el universo de la sensibilidad, es algo que permea la mente y el alma de cada individuo.
Después de mucho cavilar, he comprendido que es tarea titánica intentar reencontrar la magia del pasado en un período posterior, que se recrea en el imparable desarrollo tecnológico y la comunicación impersonal. Es menos tedioso y más apropiado, conformarme con tejer pláticas con sujetos que como yo, están anclados en el buque del pasado. 

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